No soy un adivino. No tengo, que yo sepa, poderes paranormales. Cuando leo una carta natal no soy más que un intérprete de un sistema simbólico: tu carta natal.
La palabra “carta” hace referencia a las cartas de navegación de la antigüedad. Tu carta natal es tu mandala: el esquema simbólico de las energías, los actores y los escenarios que integran tu vida. Es el instrumento que te permitirá navegarte en el viaje interminable hacia ti mism@. Tu carta natal no cambia durante toda tu vida, y sin embargo es un mapa que permanece en continua evolución. Se puede representar en el espacio de una hoja de papel y al mismo tiempo es infinita.
Somos como un caleidoscopio al que el tiempo va dando vueltas. Con cada tránsito, con cada año que pasa, nuestra percepción de quienes somos cambia. En realidad nada cambia, simplemente vamos descubriéndonos a la luz de un nuevo día, pelamos la cebolla de nuestro ser capa a capa. Ilusiones que se desvanecen, revelaciones inesperadas, pérdidas que creíamos insuperables se revelan liberadoras. Debajo de cada capa de le cebolla creemos descubrir un nuevo yo, o ¿es el de siempre que cobra vida?
El tiempo en astrología es simplemente una dimensión más de este proceso de autodescubrimiento. Los tránsitos, las progresiones y todas las demás técnicas de prognosis son simplemente interpretaciones simbólicas de este proceso evolutivo. Para el astrólogo humanista no hay conflicto entre libertad y destino. Tu destino está escrito en tu carta natal y en los tránsitos y progresiones que “trabajarán” sobre ella. Pero este destino no esta cerrado, es algo dinámico y abierto. Conforme crecemos personalmente, nos erigimos en co-constructores de nuestra vida, responsables de este proceso dinámico y consciente de construcción (y de-construcción) personal. Los símbolos, los arquetipos que operan dentro de nuestro ser son entidades de una complejidad y profundidad infinita. Por paradójico que parezca, cuanto más nos abandonemos a la complejidad de estas dinámicas internas, más libres seremos.
La libertad no radica en el control, en el dominio, en la capacidad de predicción de nuestro futuro. Lo que nos hace libres es la aceptación de la profunda interrelación entre lo que somos y lo que nos sucede. Finalmente, somos libres cuando vemos que nos sucedemos a nosotr@s mism@s. Somos nuestro propio destino.
Conocerse a si mism@ es conocer su destino y al mismo tiempo es liberarse de ese destino. En efecto, si lo que nos sucede es lo que somos destino y ser son una única y misma cosa. Libertad y destino ya no tienen sentido como conceptos contrapuestos. Nuestra libertad consiste en conocernos a nosotros mismos que es lo mismo que conocer nuestro destino. Como escribió Jung: “La libertad consiste en hacer lo que uno tiene que hacer con alegría.”